EL EXPLORADOR
Era el jinete más
rápido del cuerpo de exploradores de Lord Darklyn. Tal vez por eso, su señor le
había enviado tan al sur, hasta la desembocadura del Aguasnegras, para vigilar
la costa.
Los ánimos estaban cada
vez más caldeados en Valle Oscuro. En todos y cada uno de los rincones se
respiraban aires de guerra. Todo el mundo miraba hacia el mar con miedo de ver
aparecer en el horizonte la flota de los Targaryen. Aunque, donde más miraban
era al cielo, siempre con temor a ver alguno de esos dragones de los que tanto
se hablaba.
Todos habían escuchado
la historia de cómo Aegon Targaryen había destruido la gran flota de Volantis
con uno solo de sus dragones. Algunos creían esa historia, otros creían que era
una invención o había sido exagerada. Pero, fuera cierta o no, nadie podía
negar que los dragones eran un arma muy poderosa que convertían al señor de una simple isla en una terrible amenaza.
Como cada día, había
salido muy temprano. Se llevó abundantes víveres, ya que no regresaría a la
ciudad hasta el anochecer, cuando otro explorador le relevara. Su señor quería
que aquellas costas estuvieran vigiladas día y noche; tenía el presentimiento
de que Aegon iba a atacar por aquellas tierras que no pertenecían a ninguno de
los siete reinos; lo que las convertía en un peligroso objetivo.
Llegó, finalmente, al
río y dejó que su agotada montura bebiera mientras él, que ya notaba como sus
tripas rugían, se disponía a desayunar antes de seguir explorando la costa. Sin
embargo, no llegó a pegar bocado y, en su lugar, dejó caer al suelo la bolsa de
comida cuando miró al mar y vio lo que tantos días había estado temiendo.
Hasta una veintena de
barcos aparecieron en el horizonte; todos con velas negras con el dragón tricéfalo de
los Targaryen estampado en ellas. ¡La invasión había comenzado! Debía volver a
Valle Oscuro lo antes posible y dar la alarma.
A toda prisa, saltó
sobre el caballo. Se disponía a emprender la rápida marcha de regreso cuando,
de pronto, una gran sombra lo cubrió por completo. Alzó la mirada y su rostro
se llenó de horror. Sus ojos se abrieron como platos y el alarido de terror fue
tan fuerte que su mandíbula casi se le desencaja.
Espoleó al caballo y
emprendió la huida. Pero no llegó muy lejos. Era el jinete más rápido de Valle
Oscuro, pero no lo suficiente para escapar de las llamas de un dragón.
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