ORYS
Si hubiese sido otro el
que lo hubiera dicho, habría pensado que se trataba de una broma.
Pero era Aegon quién había pronunciado esas palabras, por lo que aquello iba totalmente en serio. Era una locura, pero sabía que las locuras no le paraban los píes a su amigo y posible medio-hermano; como cuando decidió casarse con sus dos hermanas a la vez o cuando decidió enfrentarse a la flota de Volantis solo con Balerion.
Pero era Aegon quién había pronunciado esas palabras, por lo que aquello iba totalmente en serio. Era una locura, pero sabía que las locuras no le paraban los píes a su amigo y posible medio-hermano; como cuando decidió casarse con sus dos hermanas a la vez o cuando decidió enfrentarse a la flota de Volantis solo con Balerion.
Pero ahora le estaba
pidiendo que se casara con la hija de un rey de Poniente. Algo que le atraía mucho, no lo
iba a negar, pero que sabía que era imposible. Argilac el Arrogante jamás lo
aceptaría. Aunque Aegon lo nombró caballero y lo puso al frente de su ejército,
era un joven de origen plebeyo y eso no se podía cambiar. Además, también
estaban esos rumores que decían que era el hijo bastardo de Lord Aerion; algo a
lo que Aegon nunca había dado importancia, pero que el resto del mundo no
estaba dispuesto a pasar por alto.
Todo esto se lo hizo
saber a Aegon. Le agradeció que hubiera pensado en él y que le gustaría mucho casarse
con la princesa Argella, de quién se decía que era una de las jóvenes más bellas de los Siete Reinos.
Sin embargo, no quería poner en peligro su alianza con Argilac.
Pero Aegon se mantuvo
firme en su decisión.
- Si el Rey de la
Tormenta quiere mi ayuda cuando entre en guerra con los hombres del hierro,
deberá aceptar mis condiciones. Los reyes de Poniente llevan mucho tiempo
imponiendo su voluntad. Va siendo hora de que también la impongan los
Targaryen.
Y zanjó el asunto; ya
no había marcha atrás. Visenya y Rhaenys se acercaron a él para darle la
enhorabuena, aunque en sus miradas pudo intuir que ambas, al igual que él, pensaban que aquello no iba a terminar bien. Aegon, seguramente, también lo pensaba,
pero ni tan siquiera eso le iba a echar atrás.
Ese mismo día escribió
una carta de respuesta y, como había hecho Argilac, no envió un cuervo a Bastión de Tormentas, enviando en su lugar a un mensajero para llevarla. Comenzaba, entonces,
una angustiosa espera hasta conocer la respuesta del Rey de la Tormenta.
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