CAPÍTULO 8





ORYS


Aquello era bastante serio. Aegon había hecho llamar a todos. En esos momentos se encontraban sentados alrededor de aquella gran mesa con forma de Poniente que presidía la Cámara de la Mesa Pintada esperando la llegada de Aegon. 
Sentado justo frente a él, se encontraba Daemon Velaryon, señor de Marcaderiva y comandante de la flota de Aegon. En la jerarquía militar de los Targaryen, Daemon estaba justo por debajo de él. Los Velaryon eran la principal familia vasalla de los Targaryen, tenían lazos de sangre con ellos –la madre de Aegon provenía de esa familia y, al igual que estos, también provenían de Valyria. Fueron de los pocos que les creyeron y les acompañaron cuando estos decidieron abandonar la ciudad tras la predicción de La Soñadora. Por ello, los Targaryen les tenían en muy alta estima. La otra gran familia vasalla de los Targaryen eran los Celtigar, de Isla Zarpa, cuyo señor, Crispian Celtigar, se encontraba sentado justo al lado de Daemon.
También se encontraban allí los señores de las casas Massey y Bar Emmon. Estos dos últimos pertenecían al Reino de la Tormenta; sin embargo, su relación con Bastión de Tormentas era de todo menos amigable y estaban deseando separarse de los Durrandon y unirse a los Targaryen, lo que les convertía en dos potenciales aliados.
En la mesa solo había tres sillas vacías. La perteneciente a Aegon, que era la que presidía la mesa y tenía el mayor respaldo, y las pertenecientes a Visenya y Rhaenys, que se encontraban situadas a cada uno de los lados de esta; la de Visenya en el lado izquierdo y la de Rhaenys en el lado derecho.
Aegon y sus hermanas tardaban en llegar y esto ponía nerviosos a los presentes. Aegon no había dicho por qué les convocaba, pero todos se lo imaginaban. Las noticias corrían rápido y todos estaban al corriente de lo que había ocurrido entre Aegon y el Rey de la Tormenta. Cada vez era más que evidente que la guerra estaba cerca.
Finalmente, Aegon entró en la cámara seguido por sus hermanas; los tres vestían ropas de guerra, confirmando los temores de los presentes. Muy serios, se sentaron casi a la vez en sus respectivas sillas. Sin pronunciar una sola palabra, Aegon desenvainó a Fuegoscuro y la dejó sobre la mesa mientras miraba a los presentes. Visenya y Rhaenys hicieron lo mismo con sus respectivas espadas.
- Es la guerra, señores –fue lo que dijo.
- Entonces, es cierto –dijo Daemon –. Vamos a entrar en guerra con Bastión de Tormentas.
Aegon lo miró fijamente.
- No solo eso –miró a todos los presentes . Mi lucha es contra todo Poniente –todos arquearon las cejas mientras Visenya y Rhaenys esbozaban una leve sonrisa –. Todos sabéis lo que hice en Tyrosh. Destruí la flota volantina con la única ayuda de Balerion. Sin embargo, los Siete Reinos siguen sin respetarnos; se creen superiores a nosotros. Eso se acabó. Es hora de que conozcan la furia del dragón.
- ¿Va en serio, mi señor? –preguntó Crispian algo nerviosos –. No estamos hablando de las Ciudades Libres. Son grandes reinos con ejércitos inmensos a su servicio. Nuestras fuerzas se limitan a 1.600 hombres sin contar la flota.
Visenya se puso en píe dando un golpe en la mesa.
- Volantis tenía la mayor flota que el mundo jamás ha conocido y no fue rival para él.
- Le bastó un solo dragón para derrotarles –dijo Rhaenys, menos acalorada que Visenya –. Y tenemos tres dragones que pueden reducir sus ejércitos y castillos a cenizas en cuestión de segundos.
Los presentes se sintieron algo desconcertados. No estaban acostumbrados a que las mujeres tomasen una parte tan activa en los asuntos de estado. Pero Visenya y Rhaenys no solo eran las hermanas y las esposas de Aegon, también eran sus lugartenientes y sus principales consejeras; además de las personas en quién más confiaba. Él ni siquiera las recriminó, se limitó a acomodarse en el gran respaldo de su silla con los dedos cruzados sobre el pecho.
- Señores –dijo por fin –. Esto ya está decidido. Espero contar con vuestra colaboración –Orys fue al primero al que miró.
Él había escuchado atentamente en silencio todo lo que ocurría allí. Compartía con los otros señores el temor ante lo que proponía Aegon. Invadir los Siete Reinos le pareció una locura desde el principio y todavía se lo seguía pareciendo. Sin embargo, él juró estar del lado de Aegon hasta el final, costase lo que costase. Así que, desenfundó su espada y la dejó sobre la mesa.
- Puedes contar conmigo.
Aegon asintió ahogando una sonrisa. Luego, miró a Daemon.
- Esto es una locura. Como también lo fue Abandonar Valyria y seguir a los Targaryen hasta Poniente. Ahora no hay día que los Velaryon agradezcamos a los dioses haber estado de vuestro lado –puso su espada sobre la mesa –. Puedes contar conmigo también.
Miró a Crispian. Este no estaba tan seguro ni tan decidido, pero también puso su espada sobre la mesa. Los señores de Massey y Bar Emmon le imitaron rápidamente.
- Servir a los Durrandon le ha hecho a nuestras casas más mal que bien –dijo el cabeza de los Massey hablando por los dos –. En cambio, los Targaryen habéis sido justos y generosos con nuestras familias. Podéis contar con nosotros también.
Aegon asintió satisfecho y se puso en píe.
- Invadiremos Poniente en cuanto nuestras fuerzas estén preparadas. Orys encabezará las tropas en tierra y Daemon comandará la flota –ambos asintieron a la vez –. Rhaenys, Visenya y yo dirigiremos la campaña desde el aire con nuestros dragones –ambas asintieron entusiasmadas –.
Aegon cogió a Fuegoscuro y la levantó en el aire.
- ¡Que este sea el primer día del nuevo calendario!
- ¡Fuego y Sangre! –gritó Visenya poniéndose en píe con su espada.
- ¡Fuego y Sangre! –gritó Rhaenys imitándola.



Después de aquello, todo fue muy rápido. Aegon hizo enviar cuervos a todo Poniente. Todos los cuervos portaban el mismo mensaje: que a partir de ese momento, solo había un rey en Poniente y que todo el que doblara la rodilla ante él conservaría sus títulos y sus posesiones. Pero, los que se le opusieran, serían exterminados.
En los siguientes días, a penas vio a Aegon o a sus hermanas, estaban demasiado ocupados planificando la campaña. Él también estaba muy ocupado reuniendo y preparando el ejército que debía dirigir en la que podría ser su última guerra.
Mientras estaba supervisando el armamento, fue interrumpido por tres enormes rugidos que debieron escucharse en toda la isla. Eran los dragones presintiendo que una guerra se avecinaba y estaban ansiosos por entrar en batalla.




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