PRIMERA PARTE: EL DRAGÓN DESPIERTA




AEGON


El dragón volaba tan cerca del agua que, de vez en cuando, sus alas rozaban con el oleaje. Aegon sabía que estaba cerca y no quería que pudieran verlo desde lejos; el elemento sorpresa era fundamental. Iba completamente solo a lomos de Balerion a enfrentarse con una de las flotas más poderosas que el mundo jamás ha conocido.
No contaba con ningún apoyo. Las flotas de Pentos y Braavos jamás llegarían a tiempo y los refuerzos traídos del oeste por el Rey de la Tormenta estaban todavía demasiado lejos. Pero eso le importaba bien poco. Se negaba a quedarse en Pentos debatiendo estrategias con el príncipe y los magísteres mientras Volantis invadía otra de las ciudades libres y seguía aumentando su poder.
La ciudad libre de Volantis se había convertido en un grave problema. No solo se habían fortalecido mucho tras el siglo de sangre, sino que estaban convencidos de ser los legítimos herederos de Valyria y estaban dispuestos a reconstruir su imperio, lo que les convertía en una amenaza para todas las ciudades libres de Essos y del resto del mundo también.
Los propios volantís le habían propuesto aliarse con ellos en su reconquista, pero él rechazó esta propuesta y aceptó la propuesta del Rey de la Tormenta para unirse a la alianza que este había forjado con Pentos y Braavos para hacer frente a la amenaza volantina. Deseoso de entrar en acción cuanto antes, no dudó en volar a Pentos, donde los aliados tenían pensado reunirse para planear el ataque. Sin embargo, esta reunión no llegó a producirse. Antes de que llegaran el Rey de la Tormenta y el Señor del Mar de Braavos, llegaron noticias de que Volantis, que ya había invadido las ciudades de Myr y Lys, había enviado su flota a Tyrosh y era cuestión de tiempo que esta callera.


Aegon no se lo pensó dos veces. Aunque todos los presentes lo tomaron por loco, saltó sobre Balerion y voló a toda velocidad hacia Tyrosh. Alguien tenía que poner fin a aquello y le había tocado a él.

Ya podía vislumbrar Tyrosh a lo lejos y el infierno que se había desatado frente a ella. Los barcos volantís asediaban la ciudad sin descanso y muchos soldados habían logrado desembarcar y trataban de atravesar sus murallas.
Cuando estuvo tan cerca como para que pudieran verle, hizo que Balerion se elevara en el cielo. A una altura que le hacía estar a salvo de las flechas y las piedras de las catapultas, sobrevoló la inmensa flota volantina varias veces. La visión del dragón atemorizó a varios miembros de la tripulación de los barcos que, aterrados, saltaron al agua e intentaron huir nadando mientras desde las cubiertas les disparaban flechas como castigo a su cobardía.
Pero el dragón no solo asustó a los volantís, ya que desde Tyrosh también le dispararon algunas piedras y flechas. Aegon se dio cuenta de que los habitantes de la ciudad no sabían que era su aliado o, simplemente, estaban tan asustados que veían enemigos por todas partes. Comprendió que había llegado el momento de actuar para dejarles claro de que parte estaba.
Buscó el mejor sitio donde atacar y lo encontró en una parte de la flota donde los barcos estaban demasiado ocupados atacando un torreón desde donde les estaban disparando. Hizo que Balerion se alzara unos metros más y lo lanzó en picado contra la flota. El dragón sobrevoló los barcos volantíes vomitando fuego a su paso; maniobra que luego repetiría unas cuantas veces. 
En solo unos minutos, la mayor parte de la flota volantina estaba ardiendo entre innumerables gritos de agonía. Hombres envueltos en llamas saltaban de los barcos; la mayoría morían ahogados y los que lograban llegar a la orilla eran rápidamente aniquilados por los soldados que defendían la ciudad. Sonaron los tambores y lo poco que quedaba de la flota emprendió la retirada.
Desde el cielo, Aegon observó con asombro lo que había hecho. Volantis acababa de perder su mayor flota, le iba a ser imposible mantener el control de Lys y Myr sin ella, y sus planes de expansión habían sido frenados de golpe. Además, este desastre traería consecuencias dentro de la ciudad, acabando con la frágil estabilidad entre Tigres y Elefantes, lo cual la debilitaría. La guerra estaba casi ganada.
Y todo lo había hecho él, con un solo dragón. Miró hacia el noroeste, donde se encontraba su hogar, Rocadragón. Allí tenía su ejército, su flota y dos dragones más. Si con un solo dragón había logrado todo aquello, ¿Qué no podría hacer con todo su potencial militar?
Dio unas cuantas pasadas sobre Tyrosh. Esta vez, los habitantes de la ciudad no le dispararon. En su lugar, le aplaudieron y vitorearon; algunos, incluso, se arrodillaron. Para ellos, él era ahora un salvador. Orgulloso, emprendió el regreso a Pentos para darles la buena noticia.
Durante el vuelo, siguió pensando en lo que acababa de hacer y todo lo que podía hacer. Había llegado el momento. A diferencia de su padre, su abuelo y sus demás antecesores, él no estaba dispuesto a permitir que los Targaryen siguieran confinados en una isla y, desde hacía tiempo, había planeado lanzarse a la conquista de más territorios cuando llegara el momento.
Y ese momento había llegado ya. Giró la cabeza hacia la derecha y observó las costas de Essos. Las ciudades libres serían fáciles de conquistar; más aún, después de haber derrotado a la más fuerte y poderosa de ellas. Pero, por suerte para las ciudades libres, Aegon tenía planes mucho más ambiciosos; más, incluso, que reconstruir el imperio de Valyria. 
Giró la cabeza hacia la derecha, hacia el oeste; hacia donde estaba Poniente.



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