AEGON
El dragón volaba tan
cerca del agua que, de vez en cuando, sus alas rozaban con el oleaje. Aegon sabía que estaba cerca y no quería que pudieran verlo desde
lejos; el elemento sorpresa era fundamental. Iba completamente solo a lomos de
Balerion a enfrentarse con una de las flotas más poderosas que el mundo jamás ha conocido.
No contaba con ningún
apoyo. Las flotas de Pentos y Braavos jamás llegarían a tiempo y los refuerzos traídos del oeste por el Rey de la Tormenta estaban todavía demasiado lejos. Pero eso le
importaba bien poco. Se negaba a quedarse en Pentos debatiendo estrategias con
el príncipe y los magísteres mientras Volantis invadía otra de las ciudades
libres y seguía aumentando su poder.
La ciudad libre de Volantis
se había convertido en un grave problema. No solo se habían fortalecido mucho
tras el siglo de sangre, sino que estaban convencidos de ser los legítimos
herederos de Valyria y estaban dispuestos a reconstruir su imperio, lo que les
convertía en una amenaza para todas las ciudades libres de Essos y del resto del mundo también.
Los propios volantís le
habían propuesto aliarse con ellos en su reconquista, pero él rechazó esta
propuesta y aceptó la propuesta del Rey de la Tormenta para unirse a la alianza
que este había forjado con Pentos y Braavos para hacer frente a la amenaza
volantina. Deseoso de entrar en acción cuanto antes, no dudó en volar a Pentos,
donde los aliados tenían pensado reunirse para planear el ataque. Sin embargo,
esta reunión no llegó a producirse. Antes de que llegaran el Rey de la Tormenta
y el Señor del Mar de Braavos, llegaron noticias de que Volantis, que ya había
invadido las ciudades de Myr y Lys, había enviado su flota a Tyrosh y era
cuestión de tiempo que esta callera.
Aegon no se lo pensó
dos veces. Aunque todos los presentes lo tomaron por loco, saltó sobre Balerion
y voló a toda velocidad hacia Tyrosh. Alguien tenía que poner fin a aquello y
le había tocado a él.
Ya podía vislumbrar
Tyrosh a lo lejos y el infierno que se había desatado frente a ella. Los barcos
volantís asediaban la ciudad sin descanso y muchos soldados habían logrado
desembarcar y trataban de atravesar sus murallas.
Cuando estuvo tan cerca
como para que pudieran verle, hizo que Balerion se elevara en el cielo. A una
altura que le hacía estar a salvo de las flechas y las piedras de las
catapultas, sobrevoló la inmensa flota volantina varias veces. La visión del
dragón atemorizó a varios miembros de la tripulación de los barcos que, aterrados, saltaron
al agua e intentaron huir nadando mientras desde las cubiertas les disparaban
flechas como castigo a su cobardía.
Pero el dragón no solo
asustó a los volantís, ya que desde Tyrosh también le dispararon algunas
piedras y flechas. Aegon se dio cuenta de que los habitantes de la ciudad no
sabían que era su aliado o, simplemente, estaban tan asustados que veían
enemigos por todas partes. Comprendió que había llegado el momento de actuar
para dejarles claro de que parte estaba.
Buscó el mejor sitio
donde atacar y lo encontró en una parte de la flota donde los barcos estaban
demasiado ocupados atacando un torreón desde donde les estaban disparando. Hizo
que Balerion se alzara unos metros más y lo lanzó en picado contra la flota. El dragón sobrevoló los barcos volantíes vomitando fuego a su paso; maniobra que luego repetiría unas cuantas veces.
En solo unos minutos,
la mayor parte de la flota volantina estaba ardiendo entre innumerables gritos
de agonía. Hombres envueltos en llamas saltaban de los barcos; la mayoría
morían ahogados y los que lograban llegar a la orilla eran rápidamente
aniquilados por los soldados que defendían la ciudad. Sonaron los tambores y lo
poco que quedaba de la flota emprendió la retirada.
Desde el cielo, Aegon
observó con asombro lo que había hecho. Volantis acababa de perder su mayor
flota, le iba a ser imposible mantener el control de Lys y Myr sin ella, y sus
planes de expansión habían sido frenados de golpe. Además, este desastre
traería consecuencias dentro de la ciudad, acabando con la frágil estabilidad
entre Tigres y Elefantes, lo cual la debilitaría. La guerra estaba casi ganada.
Y todo lo había hecho
él, con un solo dragón. Miró hacia el noroeste, donde se encontraba su
hogar, Rocadragón. Allí tenía su ejército, su flota y dos dragones más. Si con
un solo dragón había logrado todo aquello, ¿Qué no podría hacer con todo su
potencial militar?
Dio unas cuantas pasadas
sobre Tyrosh. Esta vez, los habitantes de la ciudad no le dispararon. En su
lugar, le aplaudieron y vitorearon; algunos, incluso, se arrodillaron. Para
ellos, él era ahora un salvador. Orgulloso, emprendió el regreso a Pentos para
darles la buena noticia.
Durante el vuelo, siguió
pensando en lo que acababa de hacer y todo lo que podía hacer. Había llegado el
momento. A diferencia de su padre, su abuelo y sus demás antecesores, él no
estaba dispuesto a permitir que los Targaryen siguieran confinados en una isla
y, desde hacía tiempo, había planeado lanzarse a la conquista de más
territorios cuando llegara el momento.
Y ese momento había
llegado ya. Giró la cabeza hacia la derecha y observó las costas de Essos. Las
ciudades libres serían fáciles de conquistar; más aún, después de haber
derrotado a la más fuerte y poderosa de ellas. Pero, por suerte para las
ciudades libres, Aegon tenía planes mucho más ambiciosos; más, incluso, que reconstruir el imperio de Valyria.
Giró la cabeza hacia la derecha, hacia el oeste; hacia donde estaba Poniente.
Giró la cabeza hacia la derecha, hacia el oeste; hacia donde estaba Poniente.
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