RHAENYS
Ella dormía
plácidamente abrazada a la almohada con una gran sonrisa de satisfacción;
estaba completamente desnuda, aunque medio cubierta por las sábanas. Despertó
y, al ver que aún era de noche, volvió a recostar la cabeza mientras alargaba
uno de sus brazos buscando a Aegon. Sin embargo, este solo encontró el resto de la cama
vacía, lo que le hizo desperezarse rápidamente.
Se incorporó y lo llamó
suavemente, pero no obtuvo respuesta. Saltó de la cama y fue hasta el balcón,
ya que, normalmente, solía salir allí cuando le costaba conciliar el sueño. Al
salir no lo encontró, sin embargo, vio una luz en la Cámara de la Mesa Pintada
y, rápidamente, supo donde estaba.
Se puso una bata y
salió de la habitación. Mientras caminaba por los largos pasillos, pensó en lo
que había pasado ese día.
Aegon había regresado de su campaña en Essos y ella solo pudo sentir alivio. Aunque por fuera
lo disimulaba, no podía evitar preocuparse por su hermano, quién había marchado
a la guerra con Balerion como única compañía. Era una idiota por preocuparse.
Tenía fe en Aegon y sabía que iba a salir victorioso de esa guerra. Pero, aún
así, sus sentimientos la traicionaban y no podía evitar sentirse preocupada.
Sentimientos que, como buena dragona, debía de ocultar en público; como el alivio que sintió al verle
en el horizonte montado a lomos de Balerion.
Visenya estaba a su
lado. Esta le hizo un gesto y las dos fueron hacia donde estaban
sus dragones. Visenya montó a Vhagar y ella a Meraxes. Ambas salieron al
encuentro de su hermano, quién se unió a ellas sobrevolando la isla en un vuelo
triunfal que aclamaron todos los presentes.
Luego, apenas pudieron estar
juntos, ya que a aquello le siguió un gran festejo. Todo el mundo no paraba de
felicitar a Aegon por su victoria contra la flota de Volantis y querían que les
contara su hazaña. Sin embargo, por las miradas que le echaba de vez en cuando,
supo enseguida que estaba más interesado en encerrarse en el dormitorio con
ella. Así que, cuando la fiesta estaba muy avanzada y la mayoría de los
invitados estaban ya bastante borrachos, los dos se escaquearon y, una vez
solos, se abrazaron y se besaron en los labios apasionadamente.
- Te he echado tanto de
menos… –dijo él haciendo una pequeña pausa en el largo beso.
- No hace falta que me
lo digas, hermano… –respondió ella antes de volver a besarle.
Continuaron besándose
un pequeño rato mientras las manos de cada uno acariciaban el cuerpo del otro
por encima de la ropa. Al beso luego le siguieron unos pequeños besos que él le
daba en el cuello mientras ella, gozosa, se mordía el labio.
- Vamos al dormitorio
–dijo él, finalmente.
- ¿Y los invitados?
- Visenya se encargará
de ellos. Ya sabes lo que le gusta hacer de anfitriona.
Ella sonrió
maliciosamente y ambos corrieron hacia el dormitorio teniendo cuidado de no ser
vistos por los miembros de la guardia o del servicio. Puede que estuvieran casados y que sus
padres hubieran muerto, pero les gustaba seguir comportándose como cuando eran
adolescentes y se veían a escondidas.
Poco después, en el
dormitorio de ella, recuperaron el tiempo perdido con una de sus noches más apasionadas. Los gemidos de placer de ella inundaban toda la habitación mientras él la montaba de tal manera que la cama llegó a desplazarse varios centímetros a causa de la fuerza de las sacudidas. En esos momentos, no eran personas, sino dos dragones desatados.
Llegó a la
cámara. Tal y como esperaba, Aegon estaba allí.
Desnudo de cintura para
arriba y a la luz de una vela, se encontraba en esos momentos apoyado con las manos en esa
enorme mesa que había mandado construir con la forma del mapa de Poniente. La
conquista de los Siete Reinos, esa era su gran ambición; aunque, hasta el momento,
solo la había compartido con ella y con Visenya.
- Perdona –dijo él
girando la cabeza unos segundos para mirarla –. No podía dormir.
Ella se le acercó y se
colocó junto a él mirando también la mesa.
- Veo que me has
encontrado “sustituta”… –bromeó.
Él soltó unas pequeñas
carcajadas.
- Es impresionante.
Ojalá hubieras venido con Visenya y conmigo cuando visitamos Antigua, te habría
encantado.
- Yo era todavía muy
joven. Padre jamás me habría dejado.
Aegon tenía la mirada
cada vez más fija en la mesa.
- Te lo imaginas. Un
Poniente sin fronteras. Sin reyes ni señores luchando entre ellos por porciones de tierra. Solo un
gran reino regido por los Targaryen.
Si fuese Orys quién
estuviera allí o cualquiera de sus consejeros, rápidamente habría intentado
sacarle esa idea descabellada de la cabeza. Pero ella no. Ella creía en él.
Conocía muy bien a su hermano y sabía que él siempre conseguía lo que quería.
Que él estuviera casado con ella y con Visenya a la vez era prueba de ello.
Otros se habrían casado con una y habrían tenido a la otra como amante. Pero
Aegon no; él era desafiante y valiente. De los que rompen las reglas. Si tenía que casarse con Visenya por obligación al ser ella la hermana mayor, lo haría; pero ella sería también su esposa. A Rhaenys no le importaba ser solo su amante, como la menor de la familia, había asumido que su papel siempre sería secundario. Pero, por suerte para ella, Aegon no pensaba de esa manera.
- ¿Por qué no lo haces?
–dijo ella colocándole una mano sobre el hombro –. Tienes tres dragones y solo
te hizo falta uno para acabar con una de las flotas más grandes que el mundo jamás ha conocido y poner a una de las ciudades libres en su lugar. A diferencia de Padre o
nuestros ancestros, nosotros sabemos que somos más fuertes que ellos. Somos dragones, hermano. Descendientes directos de Valyria. Fuego y Sangre, ese es nuestro lema. No podemos
seguir confinados en esta isla; no sobrevivimos a la Maldición de Valyria para
esto.
Aegon sonrió. Le
encantaba escuchar ese discurso, que tantas veces se había oído decir en
su cabeza, en boca de su hermana. No obstante, se puso serio al instante. Se
incorporó bruscamente y fue hacia una de las ventanas.
- No sabes cómo me gustaría, Rhaenys –dijo dándole la espalda y mirando hacia el exterior –.
Pero no puedo atacar Poniente sin ningún motivo, me pondría a la misma altura
que Volantis. Ninguno de los siete reyes nos ha atacado y, además, ahora soy
aliado de uno de ellos. Como señor de Rocadragón, tengo deberes que cumplir. No
me gusta nada, pero debemos esperar.
Junto a la mesa,
Rhaenys lo observaba. Aunque le daba la espalda, ella pudo notar su frustración. Debía de animarlo. Así que, decidida, se subió sobre la mesa y lo
llamó. Aegon se dio la vuelta y se sorprendió al verla sentada encima de la
mesa con las piernas muy abiertas mirándole con una mirada provocadora y una sonrisa muy sensual.
- ¿Qué haces…? –preguntó; aunque ya conocía la respuesta de antemano.
Ella sonrió maliciosamente
y se quitó la bata, dejando al descubierto su desnudo cuerpo.
- Ven a conquistar
Poniente, hermano…
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