VISENYA
No estaba en su
naturaleza preocuparse, pero era el tercer consejo al que Aegon no acudía. A
ella le encantaba que su hermano delegara en ella asuntos de estado, pero no
era propio de él descuidar el gobierno de esa manera. Desde que llegó de Essos,
lo único que hacía era pasarse horas mirando esa mesa con forma del mapa de Poniente.
¿Habría decidido invadir ya los Siete Reinos?
Porque aquel era el momento ideal para hacerlo. La destrucción de la flota volantina había demostrado al mundo la
fuerza de los Targaryen. Además, la conquista de los Siete Reinos era una
campaña tan ambiciosa como atrayente. Sonrió mientras se imaginaba decapitando
con su espada a esos estúpidos reyes o
abrasándoles con el fuego de Vhagar.
Solo ella y Rhaenys
creían de verdad que el plan de Aegon de conquistar los Siete Reinos podía
funcionar. Pero, ¿Cuándo se iba a decidir a comenzar la invasión? Tenía ganas
de entrar en acción de una vez. "Tal vez,
debería hablar con Rhaenys", pensó. Era la única con quién Aegon había pasado la noche
desde que regresó y pasaba más tiempo con ella. Desgraciada- mente, nada más
terminar el consejo se había ido corriendo a montar a Meraxes. A esa chica le
gustaba más volar que cualquier otra cosa. Ella y Aegon también adoraban
volar con sus dragones; pero Rhaenys se pasaría el día volando si pudiera.
Hizo una mueca de
disgusto, ya que al pensar en Rhaenys le llegaron a la memoria esas habladurías
que iban circulando por ahí afirmando que Aegon pasaba diez noches con Rhaneys
por una noche que pasaba con ella. Aunque, lo peor, es que no iban muy mal encaminadas.
La cosa no llegaba a esos extremos, ya que las noches que pasaba con Aegon eran más numerosas y, sobre todo, muy apasionadas. Sin embargo, si era cierto que su hermano pasaba
más noches con Rhaenys que con ella. Rhaenys era su hermana favorita y seguiría
siéndolo por mucho que a ella le disgustase.
Sin embargo, no podía
reprocharle nada a su hermano. Se decía que se casó con ella por obligación y
con Rhaenys por deseo; pero no era así. Era cierto que, por tradición, él debía
casarse con la mayor de las hermanas. Pero Aegon no era de los que seguían las
tradiciones. Con Padre muerto y él convertido en señor de Rocadragón, pudo
haber roto el compromiso que ya tenía con ella y haberse casado solo con
Rhaenys. Pero no lo hizo. En su lugar, eligió casarse con las dos sin importarle
el escándalo que aquello iba a suscitar y no tuvo reparos en cambiar el emblema familiar por un dragón de tres cabezas que representaba la unión entre los tres. Pero, lo que más le ilusionó fue cuando, en plena boda, le hizo
entrega de Hermana Oscura, la otra espada de acero valyrio de la familia; ella,
que no había soltado una sola lágrima en su vida, ni siquiera cuando murieron
sus padres, no pudo evitar llorar de emoción en aquel momento.
Aegon le dejó claro que ella no iba a ser "la otra" en esa relación. Puede que quisiera más
a Rhaenys, más joven, alegre y femenina, pero también la quería a ella. Desde niños,
habían estado muy unidos. Además, tenía el honor de que fue con ella con quién perdió la
virginidad.
Se mordió el labio recordando
aquel momento. El verano acababa de llegar y, como hacían siempre que esto
ocurría, fueron corriendo a aquella playa perdida entre las rocas para bañarse desnudos
sin que nadie les molestara. Pero, aquel verano las cosas habían cambiado mucho
con respecto al anterior. Ella era ya una preciosa joven de 14 años que,
además, había empezado a desarrollarse muy pronto, y él un joven de 12 años que
había empezado a ver a las chicas de forma diferente. Cuando se quitaba la
ropa, él a penas apartaba los ojos de su desnudo cuerpo, cosa que a ella le
excitaba. Pasaron pocos días hasta que, finalmente, se dejaron llevar por la
pasión y ella le hizo un hombre sobre la arena de aquella playa.
Un miembro de la
guardia la sacó de sus pensamientos.
- Disculpe, mi señora.
Un mensajero acaba de llegar de Bastión de Tormentas. El señor Aegon solicita
su presencia en la Cámara de la Mesa Pintada.
Extrañada, se dirigió
hacia allí con paso ligero. Debía de ser algo importante para que Argilac el
Arrogante se hubiera tomado la molestia de enviar un mensajero en lugar de un
cuervo.
Orys Baratheon ya se
encontraba allí y Rhaenys llegó casi al mismo tiempo que ella. Llevaba puesta
la ropa de montar, lo que significaba que había tenido que interrumpir su
vuelo; algo que, sin duda, no le habría hecho mucha gracia. Aegon, por su
parte, sentado en su silla, la del respaldo mayor, y acomodado con los píes encima de la mesa, leía
atentamente la carta que Argilac le había hecho llegar.
Una vez terminó, se
puso en píe y miró a los presentes, a quienes releyó la carta en voz alta.
Todos se asombraron cuando reveló lo que esta contenía. Ella disimuló lo furiosa que le había puesto lo que esa carta decía. El hecho de que el Rey de la Tormenta le
ofreciera a Aegon la mano de su única hija daba a entender que estaba desesperado
por sellar la alianza con él, pero también que ese arrogante rey no se tomaba
en serio el matrimonio que formaban Aegon, Rhaenys y ella; como, seguramente, tampoco se lo
tomarían en serio los otros reyes.
Esto no le hacía
ninguna gracia. Por muy atípico que fuera, ese matrimonio era válido y los tres se lo tomaban muy en serio; especialmente, Aegon. Desde
que perdió la virginidad con ella, dejó de ser el chico tímido que era y se
volvió un libertino. Además de verse a escondidas con ella y con Rhaenys, solía
ir con Orys a los burdeles del puerto o a cortejar a las jóvenes locales. Sin embargo,
cuando se convirtió en señor de Rocadragón y se casó con ellas, cambió
totalmente de actitud y les era completamente fiel.
La lectura de la carta tampoco agradó a Rhaenys ni a Orys, ya que un silencio incómodo siguió a la lectura de la carta. Ella fue quién se atrevió a romperlo.
- ¿Qué es lo que
piensas hacer?
Aegon dejó la carta
sobre la mesa y se paseó por la sala pensativo.
- La oferta de Argilac
es muy tentadora. También me ofrece tierras a parte de la mano de su hija.
Además, pronto entrará en guerra con Harren el Negro y, al ser su aliado,
tendría el pretexto que quiero para invadir Poniente.
- Entonces… ¿Vas a
casarte con ella? –preguntó Rhaenys con un brillo en los ojos.
Él se paró en seco y la
miró fijamente.
- Yo ya estoy casado
–dijo firmemente.
Tanto ella como Rhaenys
disimularon el gran alivio que sintieron en ese momento.
- Entonces –dijo Orys
–. ¿Vas a rechazar la oferta?
- Yo no he dicho eso.
Aegon fue hacia Orys,
colocándose frente a aquel joven de pelo negro, no tan alto y robusto como él,
pero fuerte y diestro con la espada. Era su mejor amigo y, después de ella y
Rhaenys, su principal lugarteniente. Corrían rumores de que era un hermano
bastardo, fruto de una relación extramatrimonial de su padre. Aegon era consciente
de estos rumores, pero nunca les dio importancia ni se molestó en tratar de averiguar si eran ciertos.
- ¿Qué te parecería ser
el próximo señor de Bastión de Tormentas? –dijo sonriente colocándole una mano
en el hombro.
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