CAPÍTULO 6




AEGON



Vislumbró luz por debajo de la puerta. Tal y como esperaba, ella no se había acostado todavía; seguramente, estaría leyendo uno de sus libros o practicando con la espada. Había veces que se preguntaba si alguna vez dormía.
Dio unos pequeños golpes en la puerta y esta se entreabrió, asomándose el  frío, pero bello, rostro de Visenya por el hueco.
- ¿Qué quieres? –preguntó muy seria.
- Solo quiero hablar contigo. ¿Puedo pasar?
Ella abrió la puerta y se echó a un lado.
- Puedes hacer lo que quieras, eres el señor de Rocadragón –dijo sarcástica, aunque sin abandonar el tono serio.
Entró en la habitación y ella cerró la puerta con fuerza, mostrando su enfado. Vestía un camisón de seda bastante transparente que, a la luz de las velas, dejaba vislumbrar su voluptuoso y musculoso cuerpo. Aegon no pudo evitar sentirse intimidado ante aquella visión; sintió como si tuviera 12 años otra vez. Visenya estaba atractiva, incluso, vistiendo ropas de hombre –que era como solía vestir casi siempre –así que, en esos momentos, era todo un regalo para la vista.
- Por fin te dignas a venir –continuó ella poniendo los brazos en jarra –. ¿Qué ha pasado? ¿Rhaenys estaba demasiado cansada esta noche…?
Aegon tomó aire. No sabía cómo empezar. Era cierto que, desde que regresó de Essos, apenas había estado a solas con ella. Todos sus pensamientos habían estado en los Siete Reinos y en encontrar una razón con la que poder iniciar su invasión. Y era cierto también que, a pesar de ello, había pasado algunas noches con Rhaenys; aunque, no tantas como era habitual.
Sin embargo, ahora había encontrado la forma de iniciar su soñada conquista y sus obsesiones habían quedado a un lado, por lo que se había dado cuenta de las cosas que había descuidado los últimos días. Incluida Visenya, a quién juró que jamás quedaría desplazada en esa relación.
- He venido a arreglar las cosas. Sé que estos días te he tenido muy abandonada…
- No sigas, por favor –le interrumpió –. Sé muy bien lo que vas a decir y no quiero escucharlo. Si quieres volver con Rhaenys, no pienso impedírtelo. Como no lo hice tampoco cuando os escapasteis de la fiesta el día que volviste.
Se giró bruscamente dándole la espalda. Aegon sabía que era para que no la viera tratando de contener sus lágrimas. Ella jamás lloraría delante de él, ni de nadie; hasta dudaba de si lloraba estando a solas.
Visenya era tan bella como fuerte y poderosa. No se dejaba intimidar por nadie, siempre se mostraba implacable en sus decisiones y con la espada apenas tenía rival; incluso él había sido derrotado más de una vez por ella en los combates amistosos. Rhaenys también era una guerrera formidable, pero no tenía ni punto de comparación con Visenya, mucho más letal y sangrienta en los combates, los cuales disfrutaba como si de un juego se tratara; incluso había veces que se excitaba hundiendo el acero en sus contrincantes.
Visenya era todo lo contrario que Rhaenys y por eso la amaba a ella también. Había cosas en ella que jamás encontraría en Rhaenys; al igual que en había cosas en Rhaenys que jamás encontraría en Visenya. Puede que Rhaenys fuera la que tuviera más espacio dentro de su corazón, pero en él siempre habría sitio para su hermana mayor.
Tenía que evitar que se distanciara de él. Precisamente, en esos momentos la iba a necesitar a su lado más que nunca. Sabía que las disculpas y las palabras bonitas jamás funcionarían con ella. Así que debía cambiar de estrategia.
Si había algo que Visenya deseaba por encima de cualquier otra cosa era tener el control. Era la mayor y, de haber nacido hombre, sería quién dirigiera la familia y gobernara la isla, cosa que la frustraba. Él lo sabía y por eso delegaba poder en ella, cosa que ella agradecía muy bien.
Pero no era solo en la familia y los asuntos de estado donde ella quería tener el control. Había llevado también su ansia de poder a la intimidad y él sabía que, jugar a sus juegos de vez en cuando, ayudaba a tenerla contenta. Así que era el momento de despertar a la dragona.
Se acercó más a ella hasta que su cuerpo se pegó con su espalda y empezó a masajearle suavemente los hombros.
- ¿Sabes una cosas? He sido malo… –le susurró al oído con tono juguetón –. Creo que deberías castigarme…
Una maliciosa sonrisa se dibujó en el rostro de Visenya, quién se giró rápidamente, lo agarró con fuerza de sus musculosos brazos y le dio un fuerte beso en los labios, introduciendo su lengua hasta lo más hondo. Luego le abrió la camisa de golpe y comenzó a besar, lamer y dar pequeños mordiscos a su duro y velludo torso mientras sus manos acariciaban su robusta espalda. Aegon, quién gozaba todo aquello con los ojos cerrados, abrió mucho los ojos al tiempo que ahogaba un grito cuando sintió las uñas de ella clavarse en su piel y desgarrarla; la dragona había despertado.
Miró a Visenya, que le miraba fijamente con una sonrisa que ya tenía tintes diabólicos. Esta volvió a bersarle con un beso más fuerte y largo que el anterior. Sin despegar sus labios, lo arrastró hacia la cama y lo empujó sobre ella.
Se quitó el camisón, dejándolo caer al suelo, y, como si de una felina se tratase, se le sentó encima de un salto y, sentada a horcajadas sobre él, continuó besando y lamiendo su pecho y su cuello hasta darle un tercer beso en los labios. Mientras le besaba, alargó un brazo bajo la almohada y sacó un largo pañuelo de seda. Se incorporó y se lo mostró jugueteando con él con las manos mientras le hacía una señal con la cejas acompañada de una sonrisa picarona. Aegon, cada vez más excitado, asintió y alargó los brazos hasta el cabecero de la cama, dejando que ella le atase las muñecas con fuerza.


Empezó a cabalgarle. Primero con embestidas pequeñas y, poco a poco, fue aumentándolas cada vez con más fuerza; sus grandes pechos botaban en el aire, mientras sus gemidos y jadeos de placer inundaban toda la habitación.
En un momento dado, ella redujo la fuerza de sus embestidas, pero sin parar de follarle. Volvió a alargar uno de sus brazos, esta vez, hacia una pequeña mesa que había junto a la cama, cogiendo un abrecartas que había sobre ella.
Aegon no pudo evitar abrir mucho los ojos al verla sosteniendo el pequeño puñal con su sonrisa que tenía tintes sádicos.
- Que fácil sería… –dijo ella maliciosamente, colocándole la hoja sobre la garganta –. ¿Qué siente el futuro rey de Poniente al estar ahora a mi total merced…?
Retiró la hoja del cuello y la llevó hasta su pecho. Aegon volvió a ahogar un grito cuando sintió la hoja haciéndole un pequeño tajo en uno de sus pectorales. Miró a Visenya, quién se llevó el abrecartas a la boca y, con los ojos fijos en él, lamió la sangre de la hoja.
- La sangre pura de los Targaryen… –dijo cerrando los ojos mientras la degustaba –. ¿Quieres probarla…?
Aegon asintió y ella llevó el abrecartas a su pecho y, mordiéndose el labio para evitar gritar, rasgó su pálida piel. Acercó el abrecartas hacia su boca y él lamió la sangre de la hoja.
Las bocas, impregnadas en la sangre de cada uno, se juntaron de nuevo en un largo y apasionado beso. Luego, ella se irguió y continuó cabalgándole.

Acababa de amanecer. Aegon y Visenya dormían plácidamente sobre la cama con sus desnudos cuerpos empapados en sudor; a penas habían dormido un par de horas aquella noche. Aegon tenía ya las manos liberadas y estaba tiernamente abrazado a Visenya, quién también le abrazaba a él. Los dos tenían una enorme sonrisa de satisfacción en sus rostros.
Estaban tan agotados que ni la luz del día que entraba por la ventana pudo sacarles del sueño. Aunque, si lo hizo unos golpes que sonaron en la puerta. Aegon se desperezó y miró a su hermana, quién también se estaba despertando.
Los dos sonrieron, esta vez con cálidas sonrisas, cuando sus miradas se encontraron y  volvieron a besarse en los labios; esta vez, en un beso más tierno, seguido de pequeños besitos. Los golpes en la puerta se hicieron más insistentes y ya no podían seguir ignorándolos.
- Enseguida vuelvo… –dijo ella en tono burlón dándole un último beso.
Acomodado en la cama, Aegon observó como su hermana se ponía de nuevo el camisón y se dirigía hacia la puerta, entrabriéndola.
- Todavía es muy pronto –le dijo ariscamente a la persona que había al otro lado de la puerta –. Más vale que sea algo urgente.
- Lo es, mi señora –reconoció la voz de uno de los miembros de la guardia al otro lado de la puerta –. Acaba de llegar un mensajero de Bastión de Tormentas.
Aegon se incorporó al instante al escuchar aquello.





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