ARGILAC
No era la primera vez
que el Rey de la Tormenta expresaba su furia en público. Pero nadie jamás había
presenciado un acto como aquel. Todos los presentes se asustaron; incluida la
princesa Argella, quién no pudo contener las lágrimas.
Cuando la respuesta de
Aegon a su propuesta llegó tan rápido, creyó que había vuelto a vencer. Aegon
se casaría con Argella, las casas de Durrandon y Targaryen se unirían para siempre y tendría
un poderoso aliado que le ayudaría a mantener a raya a Harren el Negro y a los dornienses.
Sentado en su trono, delante
de todos sus súbditos, sostenía la carta y, a medida que iba leyendo, la expresión de
su rostro fue cambiando. La ira que sintió en esos momentos era indescriptible.
¿Cómo se atrevía ese isleño a rechazar la mano de su hija y entregársela a un
bastardo? ¿Qué se creía? ¿Qué todos eran tan degenerados como él, que se casó
con sus hermanas? ¿Creía que por haber tenido suerte contra la flota volantina
él, señor de una mísera isla, se veía con derecho de desafiar a todo un rey que evitó que los dornienses invadieran
su reino y mató con sus propias manos al rey del Dominio?
Todos estos
pensamientos, y otros peores, los expresó en voz alta sin importarle que le
oyeran. Uno de sus consejeros se acercó a él para tranquilizarle. Su respuesta
fue propinarle un puñetazo el estómago tan fuerte que lo tiró al suelo, donde el tipo se retorcía doblado de dolor sin que nadie se acercara para ayudarle.
Con ojos llameantes,
miró al mensajero, un chico joven e imberbe que apenas podía disimular su
miedo. Dio una orden y dos miembros de la guardia real lo apresaron y lo
redujeron. Se levantó del trono y, lentamente, caminó hacia él desenfundando su
espada?
- Extended sus brazos –ordenó.
Los dos guardias obedecieron a pesar de no estar muy conformes con lo que iba a ocurrir;
uno de ellos, el más joven, tragó saliva. El mensajero forcejeaba, gritaba,
lloraba y suplicaba, pero todo caía en saco roto. Ninguno de los presentes,
aunque horrorizados, movió un dedo por ayudarle. Tan solo Argella se atrevió a
intentar parar aquello, aún a riesgo de recibir una bofetada. Su protector la detuvo cogiéndola por los brazos, pero ella continuó intentando parar aquello.
- ¡Padre! ¡Por favor!
Él ni siquiera la miró
mientras seguía avanzando.
- Esto lo hago por ti,
hija. Para preservar tu honor.
Se detuvo frente al
mensajero y alzó la espada para luego bajarla de golpe.
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