CAPÍTULO 2




ARGILAC


El rey había regresado. Como siempre, mostraba esa arrogancia que dio origen a su sobrenombre. Su regreso a Bastión de Tormentas, meses después de que atravesara el Mar Angosto con su flota, fue de lo más triunfal, como si él hubiera logrado la gran victoria que había terminado con la amenaza de Volantis. Sin embargo, las noticias vuelan rápido, incluso al otro lado del Mar Angosto, y todos los presentes sabían quién de verdad había ganado la guerra.


Todos sabían que fue Aegon Targaryen, a lomos de su dragón, ese al que llamaban el Terror Negro, quién destruyó la flota volantina, haciendo que a Volantis le fuera imposible defender Myr y Lys frente a las fuerzas aliadas. Fue la victoria de Aegon, que rápidamente se propagó por todo Essos, lo que hizo que Norvos y Qohor decidieran unirse a la alianza enviando tropas por tierra; aunque, para cuando llegaron, lo único que pudieron hacer, fue devastar las Tierras de la Discordia más de lo que ya estaban. Y fue Aegon el que hizo posible que los Tigres fueran derrocados del gobierno de Volantis y reemplazados por los Elefantes, menos belicosos y sin ambiciones expansionistas.
Todos en el Reino de la Tormenta sabían que había sido Aegon y su dragón y no a Argilac y su flota los que habían hecho posible esta victoria. Sin embargo, nadie se atrevía a decirlo en voz alta. El Rey de la Tormenta castigaba duramente a todo el que le contradecía o ponía en duda sus hazañas.
El arrogante rey nunca admitiría que sin la ayuda de Aegon le hubiera sido muy difícil ganar la guerra; pero, en el fondo, sabía que era verdad. Fue una suerte que no hubiera aceptado la oferta que le hizo Volantis para unirse a la ciudad en su conquista del mundo; habría sido fatal tenerlo como enemigo.
Pero, ya era hora de dejar de pensar en Volantis. La amenaza del este ya había sido neutralizada. Sin embargo, el Reino de la Tormenta seguía contando con poderosos enemigos en Poniente y había uno en especial que le quitaba el sueño. Harren el Negro, rey de los hombres del hierro, estaba a punto de terminar Harrenhal, una mastodóntica fortaleza que lo iba a hacer invencible.
Los hombres del hierro eran los principales enemigos del Reino de la Tormenta desde que, en el pasado, Harwyn Manodura, abuelo de Harren, les arrebatara las Tierras de los Ríos. Pero, desde entonces, habían logrado mantenerles a raya gracias, especialmente, a que estos no eran muy fuertes lejos del mar. Sin embargo, Harren estaba a punto de cambiar las reglas. Esa fortaleza inexpugnable, situada en la costa norte del Ojo de Dioses, un punto muy estratégico, le iba a hacer más fuerte y poderoso de lo que fueron su abuelo y su padre y le iba a permitir realizar más conquistas dentro de Poniente, entre las que se podría incluir el Reino de la Tormenta.
Afortunadamente, ahora contaba con un poderoso aliado. Con Aegon Targaryen de su lado, podría, al menos, frenar las aspiraciones de Harren sobre el este. Su idea era crear una separación entre él y Harren; que este pudiera conquistar los territorios que quisiera, pero limitándose al oeste, dejando el este para él.
Así lo hizo saber a sus consejeros, con quienes se encerró nada más regresar. A todos les pareció una buena idea, pero todo dependía de que Aegon siguiera siendo su aliado. Si rompía su alianza, estaba perdido. A penas tenía aliados en Poniente. Estaba enemistado con Dorne y el Reino del Dominio, mientras que los reinos de la Roca, el Norte y las Montañas y el Valle no estaban interesados en aliarse con él, a pesar de que Harren suponía una amenaza también para ellos. Por suerte, le quedaban sus aliados de Essos, pero estos tardarían mucho en cruzar el Mar Angosto para ayudarle.
- Debo fortalecer aún más la alianza con Rocadragón –dijo a los presentes.
- Pero, ¿Cómo? –preguntó uno de los consejeros.
El rey se puso a pensar. Tampoco él sabía cómo conseguir que Aegon permaneciera de su lado, ya que era alguien muy impredecible. 
Entonces, se le ocurrió. ¿Cómo no lo había pensado antes? Argella, su única hija, ya estaba en edad de casamiento y era una joven muy hermosa. El matrimonio entre ella y Aegon terminaría de cerrar los lazos entre las casas Durrandon y Targaryen y su alianza con Aegon sería fuerte y estaría asegurada cuando Harren decidiese atacar.
Todos los consejeros se asombraron cuando el rey expuso su plan.
- Pero… –dijo otro de los consejeros –. Él ya está casado.
- ¿Y qué? –replicó Argilac –. Tiene dos esposas ¿no? No creo que le haga ascos a una tercera.
Los consejeros seguían teniendo dudas, pero se las callaron. Argilac ya había dado la orden y se exponían a que sus cabezas terminaran clavadas en picas si se atrevían a contradecirle.

Ese mismo día, un mensajero partió de Bastión de Tormentas en dirección a Rocadragón. Mientras, en su trono, Argilac se frotaba las manos con una sonrisa triunfal.





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